Bitácora

viernes, 4 de octubre de 2013

¿Abuelo qué es aquello?, hijo es un grano del rostro de un caradura


Fue el sábado carnavales, era mi estreno, tenía catorce años. Me entregaron un abridor de "chapas", dos dedos de ancho, amarillo, de Schweppes que cada vez que abrías una botella pizcaba como un canibal tu mano, por cierto aun lo conservo limpio y anodizado para que no se oxide. Jose fue en aquel momento mi mentor, todos los que estaban allí me habían visto crecer entre las mesas del local, eran mi familia. De repente, por la puerta entró el abuelo corriendo y gritando ¡las brasileñas! ¡vienen las brasileñas!, a esto Domingo, el señor Alfaro, David  tantos otros se agolpaban en la puerta a ver semejantes monumentos mulatos, tras ellas la guerra. Kas de naranja, Kas de limón, Coca-Cola eran un ir y venir de gente, se me saltaba la caña, no sabía hacer un café, el caos.

Años más tarde y una vez superado los martes, sábados y domingos esporádicos, llegaron los lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados y así por muchos años. Aquella gente que había sido tu familia, en la cual confiabas, se iban mostrando hacia ti como un árbol, lleno de vida pero hueco y podrido por dentro, aquellos te engañaban, utilizaban y usaban. Luego estaban los de verdad, los que recordabas de verdad y de verdad eran, así seguirían por siempre, siendo familia. 

De aquellos árboles me viene a la memoria un par de ellos, que ya sin rencor, porque no están, fueron de libro. Tenía dos gemelos casi quintos, yo era un chico del barrio, pero no del parque, el parque era su territorio, nosotros sólo teníamos un bar, ellos parecían estar por encima, que no lo estaban, ya que cuando tienes plena felicidad, todo te sobra. De aquellas veces te contaré al menos una, estaba yo barriendo la cafetería a la que Toni me deja el dinero del café encima de la barra, ciento diez pesetas de las de antes, yo me acerco a la terraza a recoger unos vasos, al entrar su bien puesta madre gemelar se había metido las ciento diez pesetas al bolsillo, ya que si casa con dos puertas mala es de guardar, aquella tenía sólo una, por tanto estaba claro, buenas tarde Toñi,  cómo va esa vida, bien gracias, respondió ella, me vas a poner un corto, .- bien le dije yo, pero antes me podrías devolver las ciento diez pesetas .- ¿cuáles?. respondió ella, así que por no ganar batallas sino la guerra tuve que ir descontando su botín a través de las veces que en un alarde invitaba a alguna amistad del barrio, pero yo cobré.

No fue la última, entraba otra vez un viejo "árbol" de la cuadrilla de mi padre de hace años, aquel que cuando te decían: soy amigo de tu padre, querían decir te voy a joder, vino a mear y me pidió un vino que en tono de sorna dijo, no te lo voy a pagar, pero ponme un pinchín de tortilla, y no pagó el muy jeta. A los cuatro meses vino, vino y pincho claro, pero pagó.

Al final debes de aprender a esperar, a que llegue tu destino, trabaja, sigue, aguarda, prepara y no seas víctimas de estos árboles corruptos, que tras el amargo paso de una falsa amistad hay otros miles que merecen la pena amar.

Estas son las experiencias que a los años aprendí, que si bien no vale la pena ganar mil batallas cuando es más importante la guerra y la gente de verdad por la que merece luchar.

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